The Writings of Israel Shamir
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Una medina judeoalemana
por Israel Shamir, 21-09-2001.
No puede tardar ya la gran masacre de los inocentes. Dentro de poco,
cientos de miles o millones de hermanos nuestros descendientes de Adán y
Eva serán ametrallados, regados con napalm y perecerán víctimas del
armamento nuclear. Mujeres y hombres, niños aún en el vientre de sus
madres y ancianos serán llevados al altar de la Venganza y ritualmente
sacrificados por el presidente George W. Bush, gran sacerdote del dios
que reclama este sacrificio. El momento es oportuno, y difícilmente nos
podemos conformar con ver ahí una casualidad. A los diez días que siguen
Rosh Hashanah, el año nuevo judío, se los llama “días de la angustia”y
el décimo de ellos, calificado como Yom Ha Din, es día del Juicio final.
Para hablar de su empresa, el presidente Bush evoca las Cruzadas. En su
idea, esa mención nos remite a los austeros caballeros de Aquitania y a
los píos guerreros francos que, aferrados a la cruz y murmurando el
nombre de Nuestra Señora, se juramentaban para un largo y peligroso
peregrinaje. Pero eso era sin contar con la realidad. La Cruzada es un
Yijad de Occidente que provocó muchos derramamientos de sangre. Salvajes
e indisciplinados, los cruzados saquearon la ciudad cristiana más
hermosa de la tierra, Constantinopla, y anegaron en sangre la tierra
sagrada de Jerusalén. Radulfo de Caen, cronista de las cruzadas, refiere
las gestas de sus compañeros de armas en la ciudad siria de Amarra en
los siguientes términos: “Han ensartado a niños de teta, los han asado y
los han devorado”. Eran seres bestiales, pero no quisiera manchar la
memoria de aquellos asesinos caníbales asociándolos a la cruzada de G.W.
Bush. Nunca buscaron la venganza, sentimiento contrario a la fe
cristiana, incluso se negaban a invocarla.
La esencia misma de los Evangelios de Cristo está vinculada con el
rechazo de la venganza. Ésta es la diferencia mayor entre la iglesia y
la sinagoga, las dos hermanas nacidas hace unos dos milenios. Esta
divergencia está integrada y constituye el rasgo más eminente que marca
la diferencia entre las dos confesiones: mientras se llama a los
cristianos a orar por sus enemigos, los judíos sólo sueñan con venganza.
No es casual que se difundiera la confusión ideológica en el siglo
pasado. Se les enseña a los cristianos que los judíos esperan al Mesías,
es decir, a Cristo. El mundo cristiano enseña que el Mesías ha venido y
que volverá, mientras que el judaísmo considera que el Mesías no ha
llegado todavía. Esto es lo que supuestamente distingue las enseñanzas
judía y cristiana, según el judeocristianismo. Pero la realidad es muy
diferente: Cristo vino para salvar, mientras que el Mesías vendrá para
vengarse. Así lo ejemplifican las palabras del brillante profesor
universitario hebreo Israel Jacob Yuval, que figuran en su último libro
Two Nations in Your Womb (Dos naciones en tu vientre[ ]). Lo de la
“Salvación vengativa”, tal como lo denomina Yuval, ha sido retomado por
los judíos europeos a partir de los antiguos textos fariseos y se ha
convertido en la doctrina primera de la Sinagoga. El libro del doctor
Israel Yuval, desbordante de enseñanzas sobre la teología de la venganza
en el judaísmo, fue acogido con gran entusiasmo tras su publicación por
sus colegas israelíes, pero los sabios judíos norteamericanos,
horrorizados, lo han rechazado. El doctor Ezra Fleisher redactó una
crítica vehemente que concluye con estas palabras: “Mejor sería que
semejante libro no se hubiera publicado, pero ya que está debería ser
condenado al olvido”.
El profesor Yuval cita gran número de textos de la antigüedad judía en
apoyo de sus argumentos. “ Cuando se termine el mundo (en el
advenimiento del Mesías), Dios destruirá, matará y exterminará a todas
las naciones salvo a los hijos de Israel”, se puede leer en el Sefer
Nitzahon Yashan, escrito por un judío alemán del siglo XIII. Un poeta
litúrgico, de nombre Klonimus b. Judah, tuvo una visión “de las manos de
Dios llenas de cadáveres de goys”. Sueños de sangre vertida y
destrucciones aún más espantosas preceden los primeros ataques en contra
de los judíos a finales del siglo XI. Cien años antes de que los
cruzados asaltasen a los judíos, el rabino Simón B. Yitzak invocaba a
Dios para que “desenvaine la espada y extermine a los gentiles”. Para
apresurar la destrucción de los gentiles, los sabios de Europa
pronunciaron maldiciones en contra de los cristianos y de Cristo, y las
integraron en la liturgia de Pascuas, del día del Juicio final e incluso
en la oración de cada día.
Por esto la decisión del presidente Bush de lanzar una campaña de
venganza no es nada cristiana. Algunos podrían aducir que el presidente
y su administración están manipulados por judíos que sólo sueñan con la
venganza. No hay casualidad en el hecho de que, inmediatamente después
de que Wall Street fuera atacado por los kamikazes, Bibi Netanyahu
declarara: “Esto es muy bueno para nosotros” [ ] No es inocente si Ariel
Sharon intentó comparar a los palestinos con Usama Bin Laden. No por
nada los israelíes exigieron la destrucción de Bagdad y Teherán, Corea y
Sudán, y de cuantos se resistieran a los designios de Tel Aviv o
Washington.
Un místico no calificaría esto como “manipulación”, sino que tomaría muy
en serio la llegada del Mesías de la Venganza, bajo la improbable figura
de George W. Bush. En realidad, en la teología cristiana, el Mesías de
la Venganza lleva otro nombre: se llama el “Anticristo”.
Los teólogos cristianos se han dedicado a ahondar en las cualidades de
esta figura apocalíptica. En una profecía, San Juan Damasceno dice que
algunas cosas encontrarán su realización en el Anticristo que vendrá a
encontrarse con los judíos y a manifestarse a su favor, contra Cristo y
los cristianos (Juan Damasceno era amigo del islam y explicó el dogma
musulmán del eterno Corán como una forma de enseñanza cristiana del
verbo). Los padres de la Iglesia han considerado el advenimiento del
Anticristo como el levantamiento y el triunfo provisionales del judaísmo.
En el siglo X, san Andrés de Bizancio incluso había profetizado que el
reino de Israel sería restaurado y sería el punto de partida del
Anticristo.
En Estados Unidos, millones de cristianos fervorosos sienten el nexo que
aproxima a Israel con el Apocalipsis. Se les enseñó que la llegada del
Anticristo constituye una etapa en la vía del segundo Advenimiento. Pero
llevados al error por sus pastores, sacaron de esto una conclusión
cuando menos paradójica y decidieron colocarse de parte del Anticristo.
Olvidaron las palabras que dicen que “el Hijo del Hombre llegará a la
hora estipulada, pero desdichado de aquel que tome partido por el
Anticristo”.
En el calendario judío, dos días se prestan para la venganza: el primero
es Purim, día en que, según el libro de Ester, los judíos masacraron a
setenta y cinco mil gentiles en Persia. Ese mismo día de Purim es cuando
Baruch Goldstein, un emigrante de Brooklyn instalado en Hebrón, masacró
a los piadosos musulmanes en el sepulcro de Abraham. También fue un día
de Purim cuando los ministros de la Alemania nazi fueron ejecutados en
Nuremberg. Fue también con ocasión de la fiesta de Purim cuando
doscientos mil iraquíes fueron inmolados por el ejército del aire en
1991. Purim se presta para esas cosas, pero el día del Juicio final es
aún más favorable para una venganza a gran escala, para una masacre de
dimensiones mesiánicas. Poco tiempo después, se celebra Succoth (la
fiesta de las chozas), en un momento adecuado para la revelación del
Mesías.
En los minutos que preceden nuestra declaración, según la cual Bush es
el Anticristo o el Mesías, sucede un acontecimiento que nos incita a
llevar la encuesta más adelante. Hoy sabemos que hubo un delito de
información privilegiada en lo relativo a la cesión de acciones de las
compañías de seguros y de las compañías aéreas, por lo cual se
sobrentiende que algunos sabían que el ataque por venir era inminente.
Sabemos perfectamente que el sistema bancario de inversiones,
perteneciente a los judíos, había sido advertido con antelación. No
puedo imaginar a un terrorista musulmán tratando de acomodarse a las
grandes fiestas judías. Más aún me costaría imaginar que el Anticristo
del Apocalpsis y sus consejeros judíos de la Cábala hagan planes
especulativos en la bolsa. Es más fácil buscar a unos “malos” que no
necesariamente son diabólicos. La prudencia requiere que tengamos en
cuenta algunos datos terrenales antes de ir a buscar causas en el más
allá. Éste era el método preferido por el Padre Brown, personaje de G.
K. Chesterton: antes de pedir el reconocimiento de un milagro, hay que
comprobar cuidadosamente el aspecto material de las cosas.
De hecho, nada permite asegurar que el presidente Bush haya sido
manipulado por los judíos. Esta hipótesis se funda en la idea de la
existencia de unos Estados Unidos no judíos, de una “América autónoma
víctima de la manipulación y subversión por parte de los judíos”. Si así
fuera, al excluir milagrosamente a los judíos del discurso público, se
podría volver a encontrar esta América originaria. Pero,en realidad, el
reciente discurso que siguió a los atentados cometidos en Estados Unidos
demuestra, querámoslo o no, lo contrario.
Un buen número de personalidades públicas estadounidenses, tanto judías
como no judías, han hecho un llamamiento a la venganza. Según el ex
secretario de Estado Lawrence Eagleburger, “no hay modos diferentes de
tratar a ese tipo de gente; hay que matar a un montón de ellos incluso
si no están directamente implicado en el caso” [ ] Precisemos que
Lawrence Eagleburger preside la organización judía que exige de Alemania
indemnizaciones de 300 000$ al año.
“Frente al inimaginable Pearl Harbour del siglo XXI, mi reacción debería
de ser tan simple como inmediata: matar a esos hijos de perra. Apuntar
entre las dos cejas, hacerlos papilla, envenenarlos incluso, si fuese
necesario. En cuanto a las ciudades o países que alojan a estos
engendros, habría que bombardearlos como si se tratara de canchas de
basket”, declaró Steve Dunleavy en el New York Post [ ]. En el
Washington Post, Rich Lowry propuso incluso aniquilar parte de Damasco o
Teherán, o tomar cualquier otra medida que permita “resolver
parcialmente el problema” [ ].
En materia de citas, le corresponde el primerísimo lugar a Ann Coulter,
quien no vacila en afirmar que “no hay tiempo para sentimentalismos ni
para localizar con precisión a los individuos directamente implicados en
este ataque terrorista preciso...Tenemos que invadir el país de esa
gente, matar a sus dirigentes y convertir a la población al cristianismo.
No tuvimos tantos reparos a la hora de localizar y castigar
exclusivamente a Hitler y sus oficiales generales. Regamos las ciudades
alemanas con bombas y matamos civiles. Así son las guerras, y estamos en
una situación de guerra”. Estas palabras fueron publicadas en el New
York Dalily News [ ] , el diario de Mortimer Zuckerman, actual dirigente
de la Conferencia de las organizaciones judías estadounidenses.
Este espíritu vengativo que caracteriza a la prensa estadounidense
constituye una aberración en relación con el discurso occidental. Si
echamos un vistazo rápido a la literatura mundial de los países de la
cristiandad y el islam, comprobaremos que la venganza no es un tema
principal frecuente de las obras importantes. Gogol escribió un cuento
gótico titulado “Una venganza terrible”. Por otro lado, Próspero Mérimée
escribió un cuento corto titulado “Colomba”, acerca de la vendetta corsa.
Y nada más, “c’est tout”. Los británicos siempre han considerado la
venganza como algo totalmente extraño a su cultura, sobre todo cuando se
trataba de partidos de cricket. En cualquier cultura, tanto cristiana
como musulmana, el término “vengativo” tiene una connotación negativa
pero, a la inversa, la cultura judía está totalmente impregnada de la
idea de venganza, en la medida en que se inspira únicamente en el
Antiguo Testamento, sin pasar por el filtro redentor del Nuevo
Testamento o del Corán.
Nosotros los judíos estamos en condiciones de entenderlo mejor que nadie:
John Sack, brillante periodista judeoestadounidense lo subrayó en un
libro titulado Eye for eye, obra con la que a uno se le ponen los pelos
de punta nada más que con la evocación de los crímenes perpetrados por
unos judíos a modo de venganza contra civiles alemanes después de la
segunda guerra mundial: Ojo por ojo cuenta torturas, asesinatos
extrajudiciales, envenenamientos masivos y otros horrores más. Es poco
probable que el lector pueda hacerse con un ejemplar de este libro, pues
el establishment judío logró que fuese prohibido y desapareciera de las
librerías.
No hay nada extraño, pues, en el hecho de que Israel utilice la venganza
en su política diaria general. Sus ataques contra los palestinos han
sido designados como “peulot tagmul”, actos de venganza.. Uno de estos
actos es imputable al actual primer ministro, Ariel Sharon, cuando, el
14 de octubre de 1953, sus soldados y él asesinaron a unos sesenta
campesinos, sin perdonar a mujeres ni a niños, en la aldea de Qibya. La
invasión de Líbano en 1982, con sus 20 000 víctimas, tanto libaneses
como palestinos, cristianos y musulmanes, no es más que un acto de
venganza en reacción al asesinato fallido del embajador de Israel en
Londres. Con ocasión de la presente intifada, cada acto de terror
imputable a los israelíes es calificado como “castigo” o “represalias”
por los israelíes y los medios estadounidenses de propiedad judía.
Este regodeo judío en la venganza sobrevivió a la azarosa travesía del
Atlántico. Son judeoestadounidenses quienes crearon Hollywood, que, a su
vez, hizo de la venganza su tema predilecto. De cierta manera, el cine
estadounidense es un medio por el cual se expresa el subconsciente judío,
y es el elemento principal de los que han configurado la mente de ese
país. Desde Hollywood, el espíritu de venganza se ha difundido por toda
la tierra, y sin duda alguna ha contribuido a modelar el mundo en el que
vivimos. En otras palabras, no se necesitaba de ningún complot.
Relativamente inmaduro, Estados Unidos no resistió el embate de la
mentalidad judía y se ha convertido en un estado judío, en el hermano
mayor de Israel. Carlos Marx, nieto de un rabino de Treves pero criado
en el seno de la Iglesia, resultó ser un verdadero profeta al anunciar ¡ya
en la década de los años 1840! que Estados Unidos se convertiría en un
estado judío y abrazaría la ideología judía, hecha de avidez y
alienación. Esto explica que los éxitos de los judíos sean tan
llamativos. ¿Acaso no es lo más natural que, dentro del estado judío,
sean los judíos los que acumulen todos los éxitos?
Esta explicación nos permite contestar a la pregunta planteada
anteriormente, es decir: ¿Apoya Estados Unidos a Israel por culpa del
lobby judío o por aquello del “interés correctamente entendido de las
empresas estadounidenses”? Digamos que el lobby es un órgano superfluo,
que defiende a la derecha israelí, mientras que Estados Unidos
constituye en su totalidad un estado judío de mayores dimensiones, cuyos
intereses no se limitan al Próximo Oriente.
Esta hipótesis ofrece una explicación convincente a muchas de las
interrogantes. Explica el porcentaje increíble de voces a favor del
apoyo a Israel (99%). Explica los innumerables museos, estudios y filmes
dedicados al Holocausto. Explica por qué, en la vida de Estados Unidos,
los judíos ocupan un lugar central. Es así como en la actualidad, ese
país sigue considerando los acontecimientos que ocurren por el mundo
desde el punto de vista judío tradicional, procurando saber si “esto o
aquello favorece o no a los judíos.”
Esta hipótesis explica también la retirada de Estados Unidos de Durban.
George W. Bush no tenía inconveniente en pelear con Europa y Japón, y
así es como renegó del tratado de Kyoto. No le importaba que Rusia y
China se molestasen porque él tomara la decisión unilateral de abandonar
el tratado sobre las armas estratégicas. Pero, en el caso que nos ocupa,
escuchó la voz de su amo. Este menosprecio altanero de África y Asia,
este despido insultante de la comunidad afroamericana, esta negativa a
sumarse a la gran causa que constituye la lucha contra el racismo
demuestra, si aún fuera necesario, que Estados Unidos se ha alineado con
el Estado de Israel.
En una reciente entrevista concedida a Newsweek [ ], el presidente
Vladimir Putin intenta justificar su asalto a los chechenos. En su
opinión, “los dirigentes chechenos han hecho un llamamiento público a la
exterminación de los judíos”, y relega a los detractores de la guerra
que él conduce al rango de antisemitas. Pero resulta que en Chechenia no
vive ningún judío y la opinión de los dirigentes de aquel país hacia los
judíos no tendría el menor interés si el término “antisemitismo”
conservara su acepción original, es decir, los prejuicios o el racismo
antijudío. El antisemitismo no existe ya bajo esa forma, como lo hemos
demostrado en otros artículos[ ] pero el mundo le ha dado un sentido
nuevo. El término ha sido asimilado a lo que se llamaba antiamericanismo
en la época de MacCarthy o al antisovietismo tal como lo entendía la
Unión Sviética bajo Breznev.
Cualquiera que, en Estados Unidos o en otro país, rechace el nuevo
paradigma estadounidense es por definición un antisemita. Es la razón
por la cual gente buena de ascendencia judía, trátese de Noam Chomsky o
de Woody Allen, de san Pablo o de Carlos Marx, se ve calificada de “antisemita”.
Por regla general, la comunidad judía los rechaza, lo cual no les impide
invocarlos cuando les viene bien para defender determinadas estructuras,
las mismas que aquellos han denunciado.
Un delito contra la comunidad judía no está considerado como una forma
de racismo. El racismo común se tolera perfectamente, sobre todo si se
dirige contra los árabes (los nuevos enemigos de los judíos) o los
negros (los antiguos enemigos de los judíos). Pero cuando se trata de
judíos, el delito es tratado como un “crimen de lesa majestad” (en los
años en que los judíos tenían mucho poder en la Unión Soviética
(1917-1937), se fusilaba a la gente por decir en voz alta cualquier cosa
en contra de los judíos); en Estrasburgo, Manfred Stricker hizo campaña
para que la universidad de la ciudad llevara el nombre del doctor
Schweitzer, pero la comunidad judía prefirió ponerle el nombre de un
sabio judío sin relación relevante con la ciudad. Es así como Manfred
Stricker fue condenado a seis meses de cárcel.
Conversando con unos estudiantes de Harvard, de Emory y otras
universidades del Ivy League, me di cuenta de que ni siquiera sabían
quién era Arnold Toynbee. El mayor filósofo británico de la historia del
siglo XX había cometido un error: había hablado de la tragedia palestina
y evocado la esclavitud de los africanos, calificándola de tragedia
semejante al holocausto de los judíos. Esto es lo que explica que el
nombre de Toynbee fuera borrado y haya desaparecido de la conciencia
estadounidense. Este dominio absoluto del discurso público explica la
obediencia de los intelectuales estadounidenses (y por cierto, europeos
también). Para un intelectual, es mejor verse acusado de pedofilia que
no de antisemitismo.
En el Estado judeoamericano, los judíos constituyen de ahora en adelante
la “iglesia oficial”, el fundamento ideológico que, dicho sea de paso,
me inspira las mismas observaciones que las de Voltaire cuado decía que
convendría erradicar la infamia de la Iglesia católica, en cuyo seno se
había criado.
En el Estado judeoamericano, los judíos constituyen el grupo social más
próspero. Este súbito acceso a la notoriedad y a la riqueza no debería
de provocar vértigo ni sentimiento de autoadulación, sino al contrario.
Retomando los propios términos del gran filósofo estadounidense Immanuel
Wallerstein, yo diría que, en nuestros días, el éxito material es la
señal de un fracaso moral. Ni el “éxito” ni las riquezas son la prueba
de la benevolencia de Dios. En cualquier caso, no del Dios que bendijo a
los pobres. El hombre que consigue el mejor puesto entre los ladrones no
tiene un puesto ante los ojos de Dios. Nuestro mundo, constituido por
millones de hambrientos y por una minoría de superprivilegiados, es un
mundo desprovisto de moral, así como de sentimiento cristiano, tan
anticristiano como la mal llamada “Cruzada” del presidente Bush.
(Traducción al castellano de María Poumier)
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