La lección
de los San Fermines de Pamplona,
por Israel Shamir, 27 07 2001
Hace dos semanas, mientras viajaba por el norte de España, llegué a la
vieja capital de Navarra. Pamplona estaba celebrando los “San Fermines”
anuales [que tanto entusiasmaban a Hemingway. Allí descubrí yo los toros,
componente tan importante de las fiestas...]
La corrida de toros es una metáfora adaptada para el combate estéril por los
derechos humanos en Palestina. Las implantaciones judías en medio de
asentamientos palestinos se asemejan a la muleta roja. Estas implantaciones
nos molestan, además de que arruinan el esplendor bíblico de las mesetas.
Nos molestan por su carácter cegadoramente injusto, porque están abiertas
exclusivamente a los judíos, y ningún goy puede siquiera franquear sus
límites; Nos molestan porque son la razón de existir de las carreteras
reservadas a los judíos. Nos molestan porque sus habitantes tienen una
conducta provocadora, hacen lo peor para humillar a sus vecinos no judíos.
Nos molestan porque sustituyen los olivos con feos edificios prefabricados.
De modo que embestimos contra ellos, mientras el matador se aparta, y la
gente importante que está en las gradas aplaude.
Esta vez, intentemos encauzar la furia del toro, desviarlo de la muleta
molesta y turbadora. El enfoque permanente sobre las implantaciones es una
manera de distraer la atención. En cualquier momento, incluso en periódicos
judíos, como Ha’aretz o el New york Times, uno puede publicar una crítica de
los asentamientos ilegales, con tal de que no pase de ahí; porque hay un
hombre detrás del trapo colorado. Y están también los que lo han mandado a
él a lidiar el toro. El matador es el estado de Israel. Ningún asentamiento
podría subsistir un solo día sin la máquina de guerra israelí detrás de él.
Cuando los habitantes nativos de Hebrón están encerrados durante meses en su
casa, el toque de queda lo impone el ejército israelí, no los cuatrocientos
colonos judíos. Pero hay un hombre, en las gradas de sombra, que ha apostado
al matador. Israel no sería capaz de cometer estas atrocidades sin apoyo
desde el extranjero.
Maxim Rodinson, destacado marxista francés y biógrafo del Profeta, definió a
Israel como territorio colonial. Pero toda colonia tiene una metrópoli, la
fuente del poder exterior. La Argelia francesa estaba sostenida y dirigida
por Francia. Los Estados unidos fueron colonia, con metrópoli en Inglaterra.
¿Cuál es el poder externo que sostiene a Israel? ¿Cuál es su madre patria?
No son los Estados unidos, sino la constelación de importantes comunidades
judías y primero que todo, la comunidad americano-judía.
Esta manda dinero y organiza el apoyo mediático, y orienta la política del
estado de Israel. Evidentemente se trata de gentes que son mucho más
sanguinarias incluso que el Likud de Sharon. El difunto “rabino” Kahane,
nada llorado por nosotros, fue posiblemente el hombre más querido por los
que defienden a Israel en América. Este fenómeno de los judíos que se
presentan como “más israelíes que los israelíes”, bien descrito por Uri
Avneri, tiene múltiples razones de ser. Me limitaré a señalar solamente una
de sus causas. A sus posiciones no llega ninguno de sus obuses. Están
sentados a la sombra, y mandan al matador al redondel.
Los hombres que mandan a las tropas israelíes a reforzar el cerco de Hebrón
y otras comunidades palestinas, viven cómodamente en New York o Los Ángeles,
ven televisión y presionan a los miembros del Congreso para que respalden su
carnicería. Aquellos que azuzan a otros a cometer crímenes de guerra contra
los palestinos no sufren ningún motivo de preocupación. Tal vez sea hora de
darles algunos.
Las guerras pueden durar eternamente si sus principales instigadores viven
resguardados y en paz. Michael Calderón nos lo recordaba la semana pasada :
“Los franceses, los americanos y los afrikaners no dieron fin a sus hazañas
en Argelia, Indochina, Namibia y Angola a causa de un “cambio de voluntad”
colectivo. Estas victorias fueron ganadas en dos frentes : el de la guerra
concreta, de la que los pueblos de Argelia, Vietnam, Angola y Cuba pagaron
el precio, y el de la presión internacional junto con la protesta interna.
El segundo frente de la guerra en Palestina debe abrirse ya, y no nos será
difícil encontrar sobre quiénes debemos hacer presión y a quienes nos
debemos oponer. En mi opinión, hay que dirigirse a los usurpadores que
dirigen las comunidades judías organizadas, Bronfman, Foxman, Sulzberger y
demás. Son hombres peligrosos y poderosos y comprendo muy bien que los
amigos de Palestina prefieran buscarse un adversario menos formidable, los
colonos de Hebrón, por ejemplo. Desgraciadamente, también es inútil buscar
una moneda extraviada bajo los faroles, con el pretexto de que es el único
lugar iluminado : hay que buscarla ahí donde a uno se le perdió, aunque no
resulte fácil.
Ya resulta urgente e imprescindible enfrentar a los individuos que dirigen
la comunidad judía norteamericana. ¿Por qué esto no se ha hecho todavía? Uno
siempre se encuentra con la voluntad de exonerarlos de su responsabilidad en
la tragedia que viven los palestinos, explicándolo todo por la “política
imperialista americana”. Incluso un gran amigo de Palestina, como Noam
Chomsky, en quien admiro esta creencia de tipo religiosa, es de la misma
opinión. En una intervención pública en el MIT, declaró recientemente que la
política proisraelí de los Estados Unidos no era el producto del grupo de
presión judío sino de los intereses de las clases dirigentes americanas.
Quiero mucho a Chomsky, pero más aún amo la verdad: “amicus Plato, magis
amica veritas” y no puedo estar de acuerdo con él.
Su opinión la retoma mucha gente valiosa, todos sinceros partidarios de los
palestinos: citan a menudo The fateful triangle, obra clásica de Chomsky, o
dicen lo mismo de otra manera, como el bueno de Gabor Mate que me escribió :
“si bien es cierto que los Bronfman y sus camaradas no son los últimos en
engañar al gran público, judío o no, y en despistarlo, no tienen peso
relevante en los intereses que la política americana sirve verdaderamente.
El estado americano requiere estratégicamente tener en el Oriente Próximo un
pittbull a sus órdenes, provisto del arma atómica, lo suficientemente
nervioso y agresivo como para saltarles a la garganta a los árabes en el
caso de que se haga necesario pero también lo suficientemente dependiente
para poderle acortar el dogal cuando sea preciso. Como decía un funcionario
del ministerio de asuntos extranjeros americanos hace algunos años, “Israel
es un portaviones insumergible en el Próximo Oriente”.
Estos argumentos se derrumban como castillo de naipes : los aviones
americanos no aterrizan en este portaviones, ni siquiera en caso de guerra
porque tienen bases en otros lugares : en Arabia saudita, en Turquía, etc. A
Chipre se le llamaba antes el “portaviones insumergible”, antes de que se le
abandonara del día a la mañana. La obediencia del pitbull, que le entregó
armas a China, es discutible, y en cuanto a calificar a Israel de sólido
aliado, eso queda por demostrar. Hay dirigentes israelíes, en realidad, que
recomiendan una alianza con Rusia y su comunidad judía inmensamente rica y
poderosa, porque los Estados Unidos tiran demasiado del dogal.
Hay quienes explican la política americana por los “intereses petroleros”.
Pero de hecho, no hay petróleo en Palestina ni mucho tampoco en los países
vecinos. No imagino que Israel pueda hacerle la guerra a Arabia saudita o a
Irán en nombre de las necesidades americanas de petróleo, sin que el Próximo
Oriente estalle.
La idea de que Israel sería un representante o un policía de terreno tampoco
tiene cabida. No veo qué interés económico americano podría sacar mayor
beneficio de una alianza con Israel más que Turquía, por ejemplo. Como
escribía un analista palestino, Turquía habría sido una inversión mejor, en
cuanto potencia regional “normal” capaz de respaldar la política americana
costándole dos veces menos. En tanto musulmán, ese país podría pretender de
manera más legítima a la dominación de los países árabes “más débiles”. Se
podría añadir que Turquía fue la potencia tradicional en la región hasta
1917, y que dispone del ejército más poderoso y más numeroso, a la vez que
totalmente proamericano y prooccidental. Dicho de otra manera, la idea de
que Israel pudiera ser el dócil servidor engañado del imperialismo americano
no tiene fundamento alguno.
Edward Herman, co-autor con Chomsky de Manufacturing Consent, está de
acuerdo con ese análisis: “aquí el grupo de presión judío es sumamente
importante [...] escribí algo sobre el tema y recibí algunas críticas por
parte de gente de izquierda que afirmaba que su papel era mucho menos
importante que los intereses estratégicos americanos en el Próximo Oriente.
Siempre he pensado que el grupo de presión judío era de una importancia por
lo menos comparable; y felizmente para este lobby, como mínimo, los dos
grupos de interés han sido compatibles”.
Para combatir la dominación judía ilegítima, se podría acudir a medios
directos, originales, y seguramente no violentos. Los estudiantes de
Berkeley, portadores de la tradición de 1968, han dado un ejemplo :
construyeron dos puertas de entrada en la universidad: una para los judíos,
otra para el resto, para que los americanos sientan en carne propia lo que
significan las carreteras israelíes “reservadas a los judíos”. Se podrían
verter camiones de tierra en la senda que lleva a casa de Bronfman o Foxman.
En tanto que buenos judíos, observan ciertamente la regla de Hillel el
mayor, y no le hacen al prójimo lo que odian que se les haga a ellos. Como
el bloqueo de las carreteras palestinas no los molesta, se puede pensar que
les gustaría ser tratados de la misma manera. De la misma forma, ya que
están a favor de las colonias ilegales, se podrían instalar voluntarios
sobre sus tierras.
Me parece que estas ocupaciones serían divertidas y atraerían a muchos
buenos americanos de origen judío. Después de todo, sus padres lucharon
contra la dominación blanca en el Sur, y ahora los hijos pueden luchar
contra la dominación judía en Palestina, sin tener que salir de la ciudad.
En vez de ir a manifestaciones aburridas frente a cualquier oficina aburrida
de la administración federal, en vez de correr el riesgo de encuentros
peligrosos con soldados israelíes en las colinas de al-Khadr, las
asociaciones israelíes de izquierda, como las llamadas “En mi nombre no”, o
“Rabinos para los derechos humanos” podrían llevar el combate a su verdadero
adversario, en sus queridísimos Estados Unidos de América; podrían unirse a
los demás militantes americanos, incluyendo a los palestinos exiliados.
Este experimento respondería a la interrogación sobre la influencia del
lobby judío en Estados Unidos y sobre los acontecimientos de Palestina. Creo
que tendría mucho impacto si se ejerciera una verdadera presión sobre
Bronfman y sus riquísimos amigos de las gradas de sombra para que pongan fin
a su beligerancia antipalestina. Tal vez le darían la señal al matador de
que devuelvan el toro a sus hembras en vez de mandarlo al matadero.
Esta lucha también podría ayudar a los judíos americanos comunes a
levantarse contra sus jefes autoproclamados. ¿Por qué razón deberían aceptar
a esos “dirigentes”? Pues bien, en primer lugar, porque Bronfman y sus
socios les han robado miles de millones de dólares birlados a los bancos
suizos, en vez de distribuir la plata a los sobrevivientes del holocausto.
Pero esto será el tema de mi próximo artículo.