Pakistán en el ojo
del ciclón
Por Israel Shamir
El asesinato de Benazir Bhutto hace
que el desdichado Estado paquistaní se encuentre
abocado a un futuro incierto que puede incluir su
desintegración y una invasión USiana en alguna
etapa. Dicho asesinato lo organizó el equipo
neo-conservador, y están tratando de aprovechar la
tormenta para apoderarse de las bases nucleares
paquistaníes, como próximo paso en su guerra
mundial. Pero no temamos el futuro, pues nuestros
enemigos no son los dueños del destino. Son
prepotentes pero pueden perder. No deberíamos
asustarnos por los cambios que se avecinan: dejemos
estos miedos a los ricos y a los viejitos débiles.
Se nos viene la tormenta encima, pero en ningún
lugar de Asia hay statu quo que merezca
preservarse o salvar, y menos que nada en Pakistán.
Algunas eminencias ya han comparado
el asesinato de Benazir Bhutto con el del príncipe
Ferdinand en Sarajevo, en 1914, pero incluso la
sangrienta e inútil Primera guerra mundial desembocó
en una revolución victoriosa inesperada, y
descarriló los planes imperialistas por medio siglo.
¿Quién la mató? Las autoridades
tratan de encajarle el crimen a algunos jihadistas,
pero no solamente los dirigentes de al Quaeda niegan
haber tenido nada que ver, sino que las cartas
póstumas de Benazir denuncian al gobierno y no a los
talibanes; además el experto doctor Shabir Choudhry
ha comentado acertadamente:
“¿Para qué querría liquidarla al
Quaeda? Tal vez fuera pro occidental y había vuelto
a Pakistán para proteger los intereses occidentales,
pero no tenía el poder, ni estaba a punto de
resultar elegida. Incluso si se la hubiera elegido
primer ministro de Pakistán, ahora la mayor parte de
los poderes ahora en la función presidencial, no en
el primer ministro. Musharraf y sus ministros se
enorgullecían de apoyar y promover los intereses
americanos en la “guerra contra el terror”. Con tal
de permanecer en el poder, les supeditaron el
interés de Pakistán así como el interés musulmán, y
convirtieron virtualmente a Pakistán en colonia
USiana. De modo que ¿para qué liquidar a una persona
que todavía no ha llegado a primer ministro, y que,
de hecho, no ha hecho gran cosa para confortar la
política occidental en Pakistán?”
El asesinato ocurrió apenas un mes
después que los neoconservadores empezaron un debate
en las páginas del New York Times, llamando a
socavar la unidad de Pakistán, y a apoderarse de
sus artefactos nucleares. Frederick Kagan y Michael
O’Hanlon llamaron a la invasión de Pakistán, una vez
que el país llegue al caos, en el New York Times
((Pakistan’s
Collapse, Our Problem,
November 18, 2007), y llamaron a reforzar los
vínculos con los elementos proamericanos en el
ejército, con el objetivo de proteger el capital, y
llevarse las bombas “a algún lugar como Nuevo
México; o a una guarida lejana dentro de Pakistán,
mandando a ciertas fuerzas de élite paquistaníes a
proteger la tecnología nuclear, con respaldo y
vigilancia de tropas internacionales de choque…
antes de que todo esto caiga en manos equivocadas
[los terroristas islámicos]”.
Abid Ullah Jan
hizo observar acertadamente que “a los militares
pakistaníes les tiene sin cuidado el mito aquél de
que estas armas podrían caer a manos de militantes,
porque lo que les tiene realmente asustados es que
USA utilice la inestabilidad artificialmente
provocada en Pakistán para poner en marcha un
esquema de desarme unilateral.”
Después del asesinato, los
neoconservadores dirigentes y los sionistas extremos
John Bolton y Michael Savage llamaron a renunciar
al sueño de una democracia en Pakistán, y darle
pleno apoyo al general Musharraf. La idea de
quitarle a Pakistán su armamento nuclear
–supuestamente para que no caiga en manos de los
terroristas- es una consigna que repiten
constantemente, desde entonces. Para disimular este
proyecto, ahora dicen que Pakistán no está maduro
para la democracia.
Esto es una mentira. Los
paquistaníes valen tanto como cualquier otra gente
en Asia: lo que no quieren es dominación yanki, y
una verdadera democracia es lo único que puede
liberarles del yugo yanki. Pero los dirigentes
paquistaníes se vendieron; y los peores son los
militares y los servicios de inteligencia. De modo
que había sólo una elección posible para ellos: un
dictador militar pro-yanki que convirtió a Pakistán
en base para una invasión USiana, y un ex primer
ministro pro-americano que podía darle algún lustre
al régimen podrido. El régimen de Pakistán tiene que
renunciar, un gobierno popular libre de las riendas
USianas tiene que sustituirlo. Uno se puede
preguntar si semejante tarea puede lograrse por la
vía electoral; posiblemente un levantamiento basado
en la voluntad popular lo haga con más suerte,
inspirándose en diversos modelos combinados, los de
Mao en China, de Fidel en Cuba, de Hezbolá en el
Líbano. La insurgencia está allí, y si logra el
apoyo adecuado, puede tener éxito en Pakistán.
¿Qué insurgencia? Solamente valdrá
la que esté decidida a combatir el imperialismo
occidental. Ha habido muchos movimientos
insurreccionales a favor del imperialismo, desde
Savimbi en Angola hasta los contras en Nicaragua, o
al Quaeda en Afganistán. Si un levantamiento recibe
la bendición de un presidente americano, si ayuda a
los imperialistas como lo hizo al Quaeda, y lo sigue
haciendo, sólo puede llevarle desastres al pueblo.
En términos de color, el verde sólo vale si se
combina con el rojo.
La larga sombra de la trágica guerra
de diez años en Afganistán (1980-1989) todavía pesa,
y no podemos prescindir de ella para comprender
estos acontecimientos. Hace algunos años, Zbigniev
Brzezinski hacía alardes de la trampa en que hizo
caer a los soviéticos, azuzándolos para que se
metieran militarmente en Afganistán, promoviendo un
levantamiento contra el gobierno socialista, mucho
antes de que llegaran las tropas soviéticas para
respaldar al gobierno (“Cómo los Estados unidos
provocaron a la Unión Soviética para que invadiese a
Afganistán, y empezó el descalabro”, Le Nouvel
Observateur (Francia), 15-21 de enero de 1998,
véase aquí).
Al Quaeda y otros mujaidín eran una versión local de
los contras, y causaron mucho sufrimiento al pueblo
de Afganistán. Los afganos a los que conocí dicen
que los tiempos del gobierno prosoviético de
Najibullah fueron los mejores para el país, entre
todas las etapas que vivieron.
Pakistán fue autorizado a
convertirse en potencia nuclear como premio por su
apoyo a la guerra americana. Pero ¿valía realmente
algo semejante premio? Pakistán se convirtió en base
para la guerra, y millones de refugiados, miles de
armas y un tráfico de drogas sin fin ha venido
socavando a este país endeble. Afganistán vivió el
descenso al infierno. Y el apoyo a la guerra le dio
alas a la contrainteligencia, el ICI, que es quien
manda realmente en Pakistán. El armamento nuclear,
falsamente pregonado como “bomba islámica” un
tiempo, perdió cualquier impacto, en la medida en
que Pakistán se convertía en colonia yanki. Bien mal
habido no sirve, por cierto.
Ni siquiera los partidarios de
Reagan, los republicanos de derechas que provocaron
la guerra afgana, pudieron disfrutar los frutos de
la victoria. Los conservadores anticomunistas
invitaron a los hijos menores de trotskistas judíos
a librar por ellos la guerra ideológica, y estos
jóvenes neo-conservadores lo hicieron existosamete,
pero al mismo tiempo, desplazaron completamente a
sus patrones iniciales. Los conservadores se
convirtieron en “paleo conservadores”, gente sin
poder ni influencia, al tiempo que los
neo-conservadores se apoderaban de sus posiciones.
La izquierda europea y americana
(desde los comunistas franceses hasta Noam Chomsky)
aceptaron jugar en el equipo de sus sobrinos
neoconservadores, condenaron a la URSS y abrazaron
cálidamente la causa de los mujaidín de al Quaeda.
Por este pecado, la izquierda se fue a pique una vez
que la URSS estuvo derrotada.
Nuestro admirado amigo Edgard Herman
escribió hace poco (en (ZNet
Commentary, el 16
de diciembre 2007) acerca de USA e Israel
calificándolos de Satanás mayor y Satanás menor.
Cualquier cosa tocada por estos endemoniados se
pudre inmediatamente. Todo el que confía en su ayuda
pierde su alma. El pueblo de Pakistán merece la
libertad, la prosperidad y la igualdad, pero ninguna
unión con Satanás podrá ayudarlos. Musharraf sirvió
al Satanás mayor, mientras Benazir se metió en el
equipo del Satanás menor. Ahora el
New York Times
comunica que los
yankis están preparándose para utilizar a las tribus
nativas de las montañas paquistaníes para librar la
Guerra por ellos. Mientras el pueblo pakistaní no
rechace a Satanás y sus aliados, llámese al Quaeda o
ICI or CIA o tropas especiales, no serán libres.
Mientras sigan creyendo que algo bueno puede salir
de la amistad con Satanás, están fritos. Su país
será desmantelado, y su armamento nuclear, inútil,
no les servirá de nada.
Sin embargo la disolución de
Pakistán no tiene por qué llevar al caos. Pues
existe la alternativa de la reintegración de sus
provincias a la India. La partición de la India en
1947 fue un trágico error, tan trágico como la
partición de Palestina. Fue ideada por los
imperialistas británicos, que habían sembrado las
semillas de la partición un siglo atrás, en 1857.
Aquél año, los ingleses mataron a millones de indios
para aplastar el gran alzamiento. Akhilesh Mithal I
Itihaas escribió: “antes de 1857, había una cultura
y un estilo indio, y no había división entre hindúes
y musulmanes. La derrota de 1857 significó una gran
fractura cultural que sigue separando nuestro pueblo
a modo de obuses mutuamente antagónicos”. Esta gran
fractura se puede reparar.
Nuestro amigo Anthony Nahas escribe:
“la población musulmana de Pakistán era y sigue
siendo más pequeña que la población musulmana de la
India, a pesar de que Pakistán fue creado para
“salvar” a los musulmanes de la supuesta
intolerancia y opresión hindú. Si la población
musulmana en la India puede vivir en paz, prosperar
y gozar de protección bajo el régimen laico, ¿para
qué se creó entonces el Estado paquistaní? Aunque es
difícil imaginar una vuelta de Pakistán en el seno
de la India, semejante (imposible) acontecimiento
sería lo mejor que le podría pasar a ambos países.
En realidad, Islam e hinduismo son los dos ojos
preciosos de un subcontinente indio de rica
diversidad.”
Traducción : María Poumier.