Introducción al proyecto de traducción de la Biblia
Por Israel Adán Shamir,
25 de octubre 2009
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La siquis del
género humano es tan blanda e impresionable como el alma sencilla de un niño.
Con razón la Biblia prohibió la representación de imágenes; este precepto nos
revela uno de los secretos del funcionamiento de la receptividad humana. En la
obra de Gozzi Turandot, un joven príncipe ve el retrato de una princesa
hermosa y en el acto está dispuesto a arriesgar su vida, porque ya no quiere
vivir si no es con ella. El rey quiere ser amado por el pueblo; para ello coloca
su retrato en cada esquina, lo manda a imprimir en cada moneda, de modo que la
gente lo ame. Se trata de imprimir, de acuñar una imagen en la mente colectiva
infantil; de formatear una mente infantil o patil, digamos. Pues un patito
recién salido del huevo considera lo primero que ve como su madre querida,
aunque se trate de un gato. La diferencia está en que el alma del patito es como
una foto de antes, que, una vez revelada, no se puede modificar, y así se queda,
mientras que el alma humana es una foto digital, que se puede retocar o cambiar
del todo.
Antes, el hombre
no veía muchas imágenes, y no tenía muchos discursos que atender. Iba a misa los
domingos, veía la imagen de la Madre y el Hijo, escuchaba al predicador, y todo
eso funcionaba, pues las palabras también impactan la mente humana. Si se le
cuenta la historia de Fennimore Cooper a un varoncito, enseguida empezará a
jugar a indios y vaqueros. Cuéntesele la historia de la Cenicienta a una niña, y
empezará a soñar con conocer al príncipe. A veces ha sucedido que un libro
arrasa la conciencia, y produce grandes cambios en la visión del mundo. Se trata
de un secreto olvidado, y el hombre moderno se asombra de la censura que reinaba
en las sociedades antiguas, y de por qué los soviéticos no dejaban entrar libros
extranjeros y revistas, por qué la iglesia prohibía y quemaba ciertos libros. El
príncipe de Turandot no tenía muchas imágenes que ver, un pescador de los
que menciona el Evangelio no oía muchos sermones. El hombre moderno ve tantas
bellezas, escucha tantas palabras, que no lo afecta ya una imagen sola o un
libro en particular, si no se trata de algo multiplicado sin fin y apuntado
hacia él en cada esquina.
Así pues, la
modernidad utiliza una técnica diferente: la saturación de imágenes y palabras.
De modo que la infinidad de imágenes y palabras también tiene su eficacia, pero
de una manera diferente: si coinciden, multiplican su acción, si no, se esfuman
sin dejar huellas.
Las películas
taquilleras impresionan a la humanidad. Si se proyecta Duna, pronto surgirán
helicópteros y ataques de misiles contra Bora Bora. Si se les muestra árabes
malos a las muchedumbres, atacarán a Irak. Si se les muestra El triunfo de la
Nación, seguirán a Hitler. Si se les muestra un Porsche, todos se volverán locos
por un Porsche.
No obstante, hay
textos básicos e imágenes básicas que penetran profundamente en el alma humana.
Mientras más profundamente metidas, más difíciles de borrar y sustituir. El
Evangelio fue el texto básico para la cristiandad; se combinaba con la tradición
y las imágenes de la iglesia, y funcionó muy bien, hasta que los protestantes
desnudaron las iglesias, desvincularon la Escritura de la Tradición, ataron el
Evangelio con el antiguo Testamento, y a partir de entonces el mundo empezó a
descarrilarse. Hoy en día, la Biblia cumple con un papel menor, pero sigue
siendo un texto básico profundamente grabado. Está sometida a intromisiones
constantes, y en mi proyecto propongo entrometerme mucho más.