¿Quién
es Israel Shamir?
Ruso
e israelí, escritor, traductor, periodista, Israel Shamir nació
en Novosibirsk, Siberia, es nieto de un profesor de matemáticas,
y biznieto de un rabino de Tiberiada, Palestina. Estudió en
la prestigiosa escuela de la Academia de ciencias y cursó
estudios de matemáticas y leyes en la universidad de Novosibirsk.
En 1969, se mudó a Israel, sirvió en el ejército y peleó en la
guerra de 1973. Después, volvió a las leyes en la universidad de
Jerusalén, pero decidió ser periodista y escritor.
Primero
probó su talento en la radio israelí. Como reportero
independiente, cubrió las últimas etapas de la guerra en
Vietnam, Laos y Cambodia. En 1975 se mudó a Londres y trabajó
para la BBC. En 1977-79 escribió para Maariv y otros
diarios de Japón. En Tokyo escribió Travels with my son,
su primera novela. También encontró tiempo para traducir varios
clásicos japoneses.
A
partir de 1980, escribe para el diario Haaretz y Al
Hamishmar, siendo diputado del partido socialista israelí
Mapam. Tradujo las obras de Sy Agnon, el único premio Nobel
israelí de literatura, del hebreo al ruso. Se le hicieron
repetidas ediciones en Israel y en Rrusia. También tradujo capítulos
escogidos de l Ulises de Joyce, para editores rusos, y se
le publicaron en Londres traducciones de Las guerras árabe
israelíes, por el presidente Herzog.
Su
obra más popular, El pino y el olivo, historia de Palestina /
Israel, salió en 1988. La tapa lleva una ilustración de un
pintor de Ramallah, Nabil Anani. Cuando la primera intifada empezó,
Shamir estaba en Rusia, cubriendo los eventos de los años 1989 a
1993. Desde Moscú, hacía reportajes para Haaretz, pero
fue despedido a raíz de un artículo donde apelaba al regreso de
los refugiados palestinos y la reconstrucción de sus aldeas en
ruinas. Escribió para varios diarios y revistas rusos incluyendo Pravda
y el semanario Zavtra. En 1993, volvió a Israel y se
instaló en Jaffa. Siguió escribiendo para la prensa rusa e
israelí, para revistas literarias. Trabajó en una nueva traducción
de la Odisea, publicada en el año 20000 en Rusia. Su próximo
gran proyecto es la traducción de un manuscrito talmúdico al
ruso.
En
respuesta a la segunda insurrección palestina en trece años,
Shamir ha dejado de lado sus tareas literarias y ha vuelto al
periodismo. En medio de las discusiones interminables sobre la
solución con dos estados separados, Shamir se ha convertido junto
con Edward Saíd en el campeón de de la consigna “Un hombre, un
voto, un estado” como solución para todo el territorio
palestino-israelí. Sus ensayos más recientes han circulado
ampliamente en internet, y se encuentran ya en muchos sitios
importantes. Se le reconoce como intérprete de las aspiraciones
de ambas poblaciones, palestina e israelí. Vive es Jaffa, tiene
cincuenta años y dos hijos varones.
Por
qué apoyo el retorno de los palestinos
Palestina
no es un objeto muerto sino un país vivo, y los palestinos son su
alma. Palestina es lo que los palestinos están recreando en
tiempo real, de la misma forma que Francia es lo que crean los
franceses y recrean cada día. Es una amplia confusión pretender
que se puede amar a Francia y aborrecer a los franceses, y qué
clase de Francia podría existir sin el alma francesa. Sólo los
turistas tontos de países ricos, acosados por mendigos, prefieren
permanecer recluidos en lujosos hoteles donde pueden disfrutar el
paisaje sin toparse con los nativos. Es como amar a una dama
hermosa odiando su carácter y su mera esencia. Amar un país y
desear echar a los habitantes es un tipo de sentimentalidad que sólo
puede atraer a los que sienten pasión por la necrofilia.
El
pensador ruso Lev Gunilev describió lo que es un país como
simbiosis de pueblo y paisaje. Palestina y los palestinos son
inseparables, los campesinos, sus olivos, los manatiales, las
montañas y cúpulas de los sepulcros ancestrales en lo alto de
las colinas se necesitan mutuamente, y han crecido para
complementarse.
Los
palestinos no son un oscuro pueblo de mente atrasada. Crearon la
Estrella de Ghassul, escribieron la Biblia, edificaron los templos
de Jerusalén y Gazirim, los palacios de Jericó y Samaria, las
iglesias del Santo Sepulcro y la Natividad, las mezquitas de Haram
a-Sharif, los puertos de Cesárea y Akka, los castillos de Monfort
y Belvoir. Anduvieron con Jesús, derrotaron a Napoleón y
combatieron con valor en Karameh. En sus venas, la sangre de los
guerreros de Aegea, Bene Israel, los héroes de David, los
primeros apóstoles de Cristo y los compañeros del Profeta, los
jinetes árabes, los cruzados de Norman y los jaques turcos se
fundieron. La poesía de Mahmud Darwish, la lucidez de Edward
Said, el perfecto aceite de oliva, el fervor de los rezos y la
brava valentía de la intifada lo demuestran.
Sin
los palestinos, muere Palestina. Sus ríos acarrean agua
envenenada, las lomas y los valles están desfigurados, sus campos
labrados por chinos importados, sus hijos aprisionados en ghetoos.
La idea de un estado judío separado fracasó. Durante los últimos
diez años, las políticas demenciales del gobierno israelí
importaron a más de un millón trabajadores rumanos, rusos,
ucranianos, tais, africanos. Algunos aseguran ser descendientes de
judíos. Llegaron tribus peruanas, indios de Assam y el inagotable
flujo de refugiados rusos de la Unión soviética. Ahora la
Agencia judía está planeando la importación de una tribu lembda
de Africa del sur, para afianzar el carácter judío del estado;
paradójicamente, aquellos que todavía mantienen algunas
tradiciones judías están aislados en el estado judío, como el
difunto Doctor Yeshayahu Leibovich o encarcelados como el rabino
marroquí Arie Der’i.
La
fantasía de reunir a los judíos ha chocado con la realidad.
Tenemos que acabar de desilusionarnos. Dejad a los hijos e hijas
de Palestina volver y reedificar Suba y Kakun, Jaffa y Akka. En
vez de consagrar la Línea verde, arrasémosla y vivamos juntos,
hijos de Palestina, de los primeros pobladores, de marroquíes o
rusos.
Deberíamos
vivir en un mismo estado, no solamente por el fracaso rotundo de
Oslo. La misma idea de partición es errónea. Podemos seguir el
ejemplo de Nueva Zelandia, donde los inmigrantes europeos
viven juntos con los Maori naivos, o el del África del sur de
Nelson Mandela, o el de los habitantes del Caribe, donde los hijos
de colonos hispánicos, de esclavos africanos y amerindios de la
tierra se han confundido en la hermosa raza nueva. Rompamos
nuestras declaraciones de falsa independencia y pongámonos a
redactar otra, una declaración de amor y mutua dependencia.
(Traducción
: María POUMIER)
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