[Acerca
de la necesidad urgente de una traducción al hebreo de la versión
específicamente cristiana del Antiguo Testamento, para reconstruir la fuente
original hebrea de la Septaginta]
Cuentan
que en ocasión de una conferencia de prensa, al final de un viaje a Israel,
se le preguntó al presidente George W. Bush qué era lo que más le había
impresionado en Israel; y contestó: “descubrir un ejemplar de la Biblia en
mi habitación, en el idioma de ustedes. Me impresionó mucho que a pesar de
las guerras y el terrorismo, los israelíes hicieran el tremendo esfuerzo de
traducir la Santa Biblia en tan corto tiempo.”
Además de
ridiculizar la proverbial ignorancia tejana, esta broma israelí nos recuerda
que el Antiguo Testamento fue redactado en hebreo, y cada ejemplar del mismo
que se ofrece en los hoteles es una traducción del texto hebreo antiguo, lo
cual tiene consecuencias de largo alcance: nos recuerda que son los judíos
los guardianes y conservadores de un texto fundamental para la cristiandad.
Y además, es algo que, de manera subliminal e incluso consciente, Occidente
acepta como algo natural.
Esto va mucho más allá de los detalles del texto. Los brahmanes en la India
son los guardianes de los textos sagrados Vedas, y esto les confiere
influencia, dinero y posiciones ministeriales. De la misma forma, los
guardianes judíos de las Escrituras poseen, a partir de este derecho
reconocido, una extraordinaria influencia que no se puede explicar por
ningún otro factor, pues no tiene relación alguna con lo que representan a
nivel de proporción demográfica (fuera de Israel, en ningún país del mundo
llegan a más del 2% de la población).
El dinero,
la actuación a modo de clán, la propiedad de los medios de comunicación de
masas son los factores generalmente mencionados para explicar la influencia
judía. Pero queda un enigma: ¿por qué esta influencia es mayor en USA
especialmente, y en Occidente en general? Los judíos de Serbia y Grecia, de
Turquía y Siria, de la India y de China no son pobres tampoco, son
igualmente propensos a actuar como un clan, y sin embargo, pesan mucho menos.
Por esto proponemos una explicación diferente; el chiste tejano israelí no
se entendería inmediatamente en estos países, porque para musulmanes,
hindúes, chinos o cristianos ortodoxos, los judíos no tienen ninguna función
sagrada en particular, no son los guardianes de ningún texto sagrado. Los no
cristianos tienen sus propios textos sagrados, y para los cristianos
ortodoxos, el Antiguo Testamento es la versión en griego compuesta unos
doscientos años antes de Cristo, y mil años antes de que se elaborara la
versión actual de la Biblia judía; hay harta distancia entre la “Versión de
los Setenta” o Septaginta (abreviación usual: LXX o 70) por la que se guía
el cristianismo oriental y el Texto Masorético (aludido a continuación como
TM), referencia del Occidente tanto judío como cristiano.
Se suele
recordar que la ruptura entre iglesia oriental y occidental se originó en la
controversia del filioque (acerca de la relación del Espíritu Santo con el
Padre y el Hijo) pero en realidad católicos y protestantes operaron la
secesión mayor al elegir como versión original del Antiguo Testamento su
propia traducción del TM, mientras que los demás cristianos siguen
utilizando el texto griego como versión original. Esta diferencia es
trascendente. Cuando San Pablo dijo que los contrarios están unidos en
Cristo, mencionó a hombres y mujeres, judíos y griegos (Galateos 3:28). De
hecho, judíos ideales y griegos ideales son tan opuestos como el hombre y la
mujer, y sus respectivos textos lo son igualmente. Además, las traducciones
a partir de cada uno de dichos textos llevan la impronta del espíritu
original respectivo a partir del cual fueron concebidos. El espíritu
helénico encontró su expresión en la Septaginta, mientras el espíritu
judaico se expresó en el TM. El cristianismo en su globalidad se da como un
paso angosto entre sus tendencias judaica y helenística, abrazadas en un
eterno enfrentamiento como Yin y Yang. La elección del texto fundamental
favoreció el helenismo en la iglesia oriental, y la tendencia judaica en las
iglesias occidentales.
Antes de
seguir, una confesión personal: hasta una fecha reciente, yo no era
consciente del problema, y como todo el mundo, pensaba que el Antiguo
Testamento en cualquier idioma era una traducción del mismo TM hebreo. Hace
unos meses, estaba yo, durante una estancia en Moscú, disfrutando de la
fabulosa hospitalidad de los moscovitas, que son capaces de convertir
cualquier encuentro amistoso, con la ayuda de un par de vodkas, en simposio
platónico, o sea en banquete para la razón y celebración del alma. De pronto
mi amigo Michael, profesor de la universidad de Moscú, me dijo que un
prestigioso Starets quería que lo visitara. “Starets” es el equivalente ruso
del “geron” griego, o “hombre mayor” y es el calificativo en la ortodoxia
oriental, del dirigente espiritual monacal, o sea un guía espiritual
carismático que puede ayudar a otros en el camino del progreso y el éxito
espiritual, según la definición de la Enciclopedia británica. Se le reconoce
en Moscú al Starets como confesor y por ser capaz de leer en el corazón del
que lo visita, o sea como un hombre que entiende el alma humana y que conoce
los caminos de la salvación. Me sentí sobrecogido y sumamente honrado por la
invitación, pues generalmente la gente tiene que esperar meses y meses para
conseguir una entrevista y recibir su bendición. Me he encontrado con
príncipes de la Iglesia, con obispos y cardenales, con los monjes del monte
Athos y de Jerusalén, pero los “hombres mayores” son el corazón oculto de la
fe.
Salimos de
Moscú, rumbo al monasterio, a las cuatro de la madrugada. La carretera
estaba vacía, y sólo había unos pocos peregrinos frente al monasterio
esperando que el pesado portón se les abriera. No es aquí el lugar ni el
momento para relatar todo lo que sucedió en ese encuentro, pero aquí les
diré lo más importante: el Starets me habló de su deseo de que se publicara
el Antiguo Testamento en hebreo, corregido según la Biblia de la Reina
Isabel, la de la Iglesia rusa ortodoxa. De momento, esto me sorprendió y me
confundió. Pues la Biblia de la emperatriz Isabel de Rusia, “la Clemente”, a
continuación referida como BRI, es una traducción rusa de 1751, de la
traducción al idioma eslavónico de la iglesia antigua , a su vez traducción
del griego, cuya fuente fue hebrea. ¿Acaso no se trataba de un proyecto
demasiado atrevido, la idea de corregir el original a partir de una
traducción? ¡La envergadura de tamaña empresa deja atrás cualquier tentativa
postmodernista!
Aquí cabe
otra confesión: la idea de traducir una traducción o incluso de reconstruir
el original a partir de una traducción no me era completamente ajena. Las
traducciones no son reproducciones neutrales, como hechas por una máquina;
arrastran dos lastres gemelos: el de la cultura del original, y el de la
cultura del traductor. Una traducción puede traducirse a su vez. Ya me había
dado cuenta de esa complejidad, cuando traduje la Odisea en ruso a partir de
las traducciones inglesas de Lawrence (1932) y Rieu (1946) en vez de partir
del griego original (mi traducción la publicó Aletheia, la casa editorial de
clásicos griegos, en el año 2000, casa radicada en San Petersburgo e
inspirada en Heidegger). Lo hice de esta manera para prolongar la idea de
Jorge Luis Borges según la cual para el lector moderno, el Ulises de Joyce
precede a la Odisea de Homero. Las traducciones inglesas de la Odisea
posteriores a la obra de Joyce conllevan este mensaje subliminal, y esto es
lo que yo traté de preservar en mi traducción al ruso .
Mientras
más iba pensando en las palabras del Starets, más sensatas me parecían. Lo
que proponía era nada menos que reconstruir el original hebreo perdido de la
Septaginta (lo llamaremos H 70), utilizando la BRI como piedra de toque para
elegir entre las diversas versiones. Ahora verán por qué esto podría ser el
principio de la desjudaización, la marcha atrás en el proceso de degradación
que afectó al texto inicial, y el primer paso hacia la abolición de la
ruptura entre Oriente y Occidente; al mismo tiempo, esto ayudará a los
judíos a sobreponerse a la hubris, o sea al delirio de grandeza, y a hacer
la paz con las naciones. Los judíos tradujeron la Biblia a los distintos
idiomas nacionales para influir sobre cada nación; el mundo tiene una deuda
con ellos, y ha llegado la hora de saldar la deuda y devolverles el
verdadero texto original hebreo del Antiguo Testamento, liberado de toda
censura y de las adiciones posteriores, o sea, ofrecer el texto bíblico tal
y como se leía en los tiempos de Jesucristo, en la edad del segundo templo
edificado en Jerusalén.
¿Porqué
este proyecto erudito puede influir sobre el mundo real? Porque los asuntos
sagrados tienen una influencia mucho mayor de lo que se estila reconocer en
una sociedad educada. Los tontos creen que todo se puede reducir a
consideraciones de interés monetario, pero en realidad, es la autoridad
espiritual la que decide. El mundo basado en la Biblia judía no es el mismo
que un mundo que se sostenga en la Biblia griega. Sus prioridades serían
diferentes. Porque hasta los textos mismos difieren. El texto hebreo
utilizado hoy en día por los judíos (y por las diminutas comunidades de
cristianos que hablan hebreo), el generalmente llamado Texto Masorético (TM)
no es el mismo que leían Cristo y sus discípulos.
Si uno
abre el Nuevo Testamento, puede comprobar en seguida que las referencias al
Antiguo Testamento allí explícitas no coinciden. Así por ejemplo, cuando San
Mateo cita al profeta Isaías (Mateo 12:21), escribe: “en nombre de Él, los
gentiles creerán”; pero si uno va a Isaías 42:4, se descubre algo totalmente
distinto; “las islas estarán a la espera de su ley”. Otro ejemplo (Actas
7:14) : el traductor Stephen dice que “setenta y cinco” almas marcharon a
Egipto junto con Jacob. Pero miremos en el Antiguo Testamento (Gen. 46:27;
Deut. 10:22) en inglés: allí dice que sólo setenta personas marcharon a
Egipto. Esto no significa que los traductores del rey Jaime de Inglaterra o
que ningún otro de los traductores del Antiguo Testamento se haya equivocado.
Tradujeron correctamente, pero a partir de una versión errónea, o sea TM,
mientras que Jesús, sus Apóstoles y los redactores del Nuevo Testamento en
general leían la Septaginta (LXX) en su fuente hebrea (H70).
La
sustitución de la Septaginta (LXX) o su fuente hebrea (H70) por TM, que se
convirtió en fuente de todas las traducciones occidentales posteriores, he
aquí el golpe mayor que los letrados judíos dieron jamás, y allí radica la
causa profundamente enterrada de la judaización de Occidente.
La TM no
es especialmente antigua. El manuscrito completo más antiguo de la misma, el
llamado Codex de Leningrado (1008) tiene apenas más de mil años de edad,
mientras que LXX es mucho pero mucho más vieja. LXX es una traducción que
surgió en una era muy diferente, no solamente antes de Cristo, sino antes
incluso de la insurrección de los macabeos. En aquellos días, en el tercer
siglo antes de Cristo, el mundo helenístico abarcaba Palestina, Egipto,
Siria y sus vecinos. Los judíos se iban integrando perfectamente en este
mundo helénico, y el largo combate entre los dos espíritus mezclados en la
antigua fe de Israel había empezado apenas.
Una
tendencia espiritual apuntaba al nacionalismo exclusivista y vuelto hacia
dentro. Pretendía la propiedad privada sobre la ley divina, y al acceso
exclusivo al Creador, reservado a los elegidos de Israel. Debía ser
ajusticiado el extraño que leyera la Ley. Una traducción de la Biblia al
griego era un pecado muy serio, equivalente a forjar un becerro de oro (EX
32:4), decían.
La otra vertiente espiritual proclamaba la universalidad y llevaba a Cristo.
La ley y la misericordia de Dios eran un don para todos.
En
términos modernos, diríamos que allí radica el punto de ruptura espiritual
entre privatización y nacionalización. La batalla se libró en las tres sedes
de la antigua sabiduría, Alejandría, Babilonia y Jerusalén. Alejandría era
la más universal, Babilonia la más propietaria, y Jerusalén era el campo de
batalla. En Alejandría, se alcanzó una feliz síntesis de las ideas judías y
helénicas en la traducción hecha por setenta sabios contratados por el sumo
sacerdote. De ahí partió la revelación de Israel al mundo, preparando el
camino para Cristo.
Esta
traducción fue un suceso casi milagroso. Los traductores eran seis de cada
tribu de Israel, totalizando setenta y dos. Pero la traducción se suele
llamar Versión de los setenta porque setenta es el valor numérico de “Sod”
que significa “secreto” en hebreo. Los setenta revelaron el secreto que los
judíos exclusivistas no querían compartir. “Maldito sea el que revelare
nuestro secreto a los gentiles”, habían escrito éstos en el piso de la
sinagoga de En-Gedi. Tres veces, se les encomendó a las hijas de Jerusalén
“no despertar o levantar amor mientras a ella [Jerusalén] no le plazca” (Cantar
de los Cantares 3) y esto significaba: “no reveléis nuestro secreto a los
gentiles”, según explica el Talmud. Estallaron de rabia los judíos
exclusivistas cuando se destapó el secreto, y destruyeron la fuente hebrea
de los Setenta. Cada ejemplar desapareció. En Jerusalén, los judíos
nacionalistas masacraron a los judíos protocristianos helenizados en la
revuelta de los macabeos.
Con el
advenimiento de Cristo, el libre espíritu judeo helénico encontró nuevamente
su expresión, odiada por los nacionalistas, que se embarcaron nuevamente en
la empresa de largo aliento de recuperar el control pleno de las sagradas
escrituras. Durante cientos de años, los escribas trabajaron sobre el
Antiguo Testamento, sacando partido de lecturas ambiguas y aparentemente
similares, hasta que lograron completar el texto que es el que manejamos hoy.
Pero el paradigma principal estaba cambiado: si el texto antiguo conducía a
Cristo, el Salvador a la vez personal y universal, el nuevo texto implantaba
el concepto nacionalista de un Mesías de y para el pueblo de Israel. Las
naciones del mundo debían ser consideradas como medio animales, naciones
pecadoras que no tenían acceso a Dios. El nombre de judíos se le pegó a esta
pequeña banda de fanáticos, mientras que a los judíos helenizados se les
conoció a partir de entonces como cristianos, y ya nadie les llamó judíos.
Lo que era al principio una batalla entre dos escuelas de pensamiento dentro
de un marco judío empezó a conocerse como el combate entre espiritualidad
cristiana y judía.
Los judíos
exclusivistas no pudieron destruir la Septaginta, porque se habían regado
demasiadas copias, que habían tenido la virtud de llevar a las naciones
hacia Cristo. Por esto es que, en su tentativa para apresar al genio del
libre espíritu, metiéndolo nuevamente en la botella mítica, los judíos
realizaron una tras otra tres traducciones del Antiguo Testamento en griego,
para contrarrestar los efectos de LXX. Estas traducciones se hicieron a
partir de la versión proto masorética que tenían, y eran claramente
tendenciosas. “La Virgen” de la profecía se convirtió en “una mujer joven”
en sus versiones. Desde entonces, los judíos han estado metidos o influyendo
en docenas de traducciones en todos los idiomas, a la vez que defendían
ferozmente su propia versión hebrea, la TM, como la única fuente primaria
legítima.
A la
naciente iglesia no le preocupaba mucho aquello, porque consideran el hebreo
solamente como un lenguaje de escribas, mientras que la gente culta usaba el
griego, y las masas locales el arameo. La iglesia se desatendió de la
versión hebrea como de un capullo vacío del cual había huido una hermosa
mariposa. LXX era considerada el texto inspirado por Dios, y sobre esa base,
se edificaron el Nuevo Testamento y los escritos de los padres de la iglesia.
La iglesia ortodoxa oriental sigue prefiriendo la Septaginta al TM, porque
la traducción de los Setenta sabios la conservó la iglesia, mientras que el
texto hebreo fue preservado y preparado por fuerzas anticristianas.
Cuando los
estudiosos cristianos posteriores empezaron a interesarse en el Antiguo
Testamento, y compararon las traducciones judaicas con LXX, se topaban
ineludiblemente con la Biblia judía, pues en aquél tiempo eran los judíos
los que habían editado los manuscritos hebreos y los instrumentos para
interpretarlos. Como recordarán, la vieja fuente hebrea de la Septaginta,
H70, fue destruida por los nacionalistas. Así es cómo el gran estudioso que
fue Orígenes se dirigió a los judíos para aconsejarse, y le dieron todas las
aclaraciones que él pedía; pero sus comentarios se basaban en la comprensión
propia que tenían de su texto peculiar. Orígenes decidió mejorar la
Septaginta, y enmendó la LXX según la Biblia judía de su tiempo. Algunas de
estas enmiendas se abrieron camino en el cuerpo de la LXX. Aun así, la
iglesia oriental se mantuvo a salvo, porque la Septaginta siguió siendo la
versión oficial del Antiguo Testamento para todo el territorio oriental que
se expresaba en griego, desde Constantinopla hasta Alejandría.
Pero en
Occidente, les letrados no leían en griego. Durante mucho tiempo, Occidente
utilizó las traducciones en latín viejo de la Septaginta; la unidad de la
iglesia se mantuvo fuerte, pero las traducciones eran endebles. A San
Jerónimo, gran letrado y hombre maravilloso, que vivió 34 años en Palestina,
se le ocurrió corregir las viejas traducciones al latín antiguo, y ponerlas
al día. Empezó por acudir a la Septaginta para ello. Pero después, siguió el
ejemplo de Orígenes, y se volvió hacia los judíos para pedirles consejos e
interpretaciones. Ese fue su error: lo descarrilaron, y dio el paso fatal
que hizo a Occidente apto a recibir la influencia judía. Dejó de lado LXX, e
hizo una flamante traducción al latín a partir de la Biblia hebrea de su
tiempo, es decir la proto TM. A los judíos seguramente les gustó el
resultado, pero San Agustín se escandalizó de la proeza, y escribió en La
Ciudad de Dios: “Aunque los judíos reconocen que esta labor muy erudita [la
de Jerónimo traduciendo el Antiguo Testamento a partir del hebreo] será
fructífera, a la vez que luchan para convencernos de que los Setenta se
equivocaron en muchos lugares de su traducción, esto no quita que las
iglesias de Cristo juzgan que ninguna es preferible a la autoridad de los
Setenta, y deberíamos creer que el profético regalo reside allí [en los
Setenta]”.
Los
contemporáneos de San Jerónimo lo condenaron, porque se dieron cuenta que
paulatinamente, se iba haciendo cada vez más judío en sus posiciones, a
medida que envejecía, al tiempo que sus amigos judíos empezaban a tener una
mayor influencia. Uno de sus amigos más antiguos, Rufino, atacó públicamente
las inclinaciones judaizantes de Jerónimo. Y éste escribió en su propia
Apología contra Rufino: “No hay nada censurable en el hecho de que yo
pidiera la ayuda de un judío para una obra de traducción del hebreo”. Dijo
que “no comprendía cómo las interpretaciones judías en tal o cual página
podrían socavar la fe de los cristianos.” Así es cómo los judíos se las
arreglaron para sembrar la simiente que pudo florecer en la aceptación del
TM hebreo y la virtual abolición de la Septaginta griega, que contiene las
auténticas escrituras cristianas de Cristo y sus apóstoles.
Para
entender por qué Jerónimo y Orígenes antes que él, aceptaron la versión
judía, hay que tomar en cuenta que carecían de la perspectiva histórica. La
perspectiva en las artes virtuales es un descubrimiento del siglo XV,
mientras que la perspectiva histórica no se conoció hasta el siglo XVII.
Hasta entonces, la humanidad no tenía conciencia del tiempo como torrente
que fluye. Don Quijote consideraba a Aquiles y Héctor como unos caballeros
semejantes a Lancelot y a él mismo. Los cruzados pensaban que la mezquita
musulmana en Jerusalén era el templo de Salomón. Para Orígenes y Jerónimo,
el Antiguo Testamento era el Testamento Viejo, y los judíos eran los judíos.
No entendían que el texto hebreo del Viejo Testamento había sufrido cambios
desde los días de Polemeo II Filadelfo, cuando la Septaginta se realizó.
Algunos de estos cambios eran tendenciosos, otros se debían a errores por
parte de los copistas, y otros más eran el resultado de una comprensión
tergiversada.
El
estudioso de la Biblia ortodoxa Nicolas Glubokovsky escribió: “la traducción
griega reprodujo un estilo de texto hebreo independiente que no fue
severamente censurado ni redactado por las autoridades rabínicas. Por esto
es que LXX y TM difieren profundamente, y sus lecturas respectivas del
espíritu cristiano y mesiánico entran en conflicto”.
Orígenes y
Jerónimo se tragaron el mito de que los judíos eran los cuidadosos
guardianes de los rollos originales del Antiguo Testamento. No sabían que
los judíos habían destruido los manuscritos de otros originales. La iglesia
no actuaba así, y en tiempos de Jerónimo había tantas versiones como copias
(“tot exemplaria paene quot codices”). El islam siguió el camino judío en
ese aspecto, y todas las versiones diferentes del Corán fueron destruidas,
quedando sólo un codex original de referencia.
Jerónimo
sembró la semilla de la influencia judía, y ésta fue creciendo hasta el
siglo IX, cuando la Vulgata de san Jerónimo empezó a ser aceptada
universalmente. Pero aun en esa época, el antiguo Testamento no se leía
masivamente, porque el latín no era una lengua universalmente comprendida, y
su influencia permaneció algo limitada hasta que los protestantes empezaron
a regar sus traducciones del Antiguo Testamento a los idiomas vernáculos.
El
resultado inmediato se puede relacionar con el estallido de una enfermedad
latente durante la etapa anterior; se produjeron devastaciones y matanzas
inéditas de civiles durante la Guerra de los Treinta años, a la par que se
difundían las traducciones en lenguas locales de la versión TM, señal de que
las naciones se encontraron infectadas por el espíritu nacionalista
exclusivista, desconocido hasta entonces en Europa. La Biblia del Rey Jaime
fue traducida del TM, y el resultado fue pasmoso; los ingleses empezaron a
considerarse racialmente el nuevo Israel por la carne, en contraste con la
Iglesia, considerada como el nuevo Israel por el espíritu. Combatieron a la
iglesia, y practicaron la limpieza étnica prescrita en el libro de Josué en
sus colonias del Nuevo Mundo. Privatizaron los bienes comunales y
convirtieron al pueblo inglés humilde en desposeídos. La Biblia alemana,
traducida del TM, convirtió a los alemanes en feroces nacionalistas y a la
larga prepararon el terreno para el advenimiento de Hitler. Así pues, el TM
y sus traducciones han tenido un efecto enorme, casi mágico. ¡El petardo
colocado en el siglo II bajo los muros de la cristiandad estallaba al fin!
Los judíos
se convirtieron en el Merlín colectivo oculto detrás del trono del rey
Arturo de los ingleses. La gente molesta con esta preeminencia de los judíos
abandonó el cristianismo y abrazó cultos paganos diversos, o se dejó
perturbar por la apariencia material del mundo. La judaización de Occidente
y la degradación de su espíritu fue acelerando.
Hoy en día,
la batalla por la traducción sigue candente, tan unilateral y tajante como
siempre. Los judíos producen docenas de traducciones a otros muchos idiomas,
cada una más judaica que la anterior. Algunas son abiertamente judías, como
la Jewish Publication Society Bible, otras son criptojudías o “sionistas
cristianas”, como la Biblia Scofield, que reduce la fe cristiana al “deber
de amar a los judíos y al Estado judío”. Ahí está la verdadera conspiración
de los sabios de Sión, en esta labor de larguísimo aliento, sobre estas
traducciones corrosivas.
Rusia fue
la última en someterse a la influencia judaizante de la traducción a partir
del TM. Hasta finales del siglo XIX, los rusos estaban expuestos
exclusivamente al BRI, la vieja traducción eslavónica de la Septaginta, y
eran gente piadosa, creyente, leal al trono. A finales del siglo XIX, la
Sociedad Masónica de la Biblia, pro inglesa, había publicado una traducción
del TM al idioma ruso vernáculo. Muy pronto empezó a crecer la influencia
judía en Rusia. Sin embargo, la Iglesia rusa no aceptó esta Biblia rusa
judaizada para propósitos litúrgicos, y sigue rezando y leyendo a partir de
la versión BRI. Esto creó una divergencia trágica entre la Iglesia que se
orientaba por LXX y el público invitado a leer el TM, divergencia que
estalló en plena luz cuando la revolución de 1917.
Permítaseme otra confesión: como ex-judío que fui recibido en la Iglesia
griega ortodoxa de Jerusalén, tengo una sensibilidad aguda y personal a la
lucha continua entre estos dos espíritus, a escala mundial. ¿Se someterá el
mundo cristiano a la judaización, o son los judíos los que aceptarán a
Cristo? Hace unos días, en una iglesia de Tierra Santa, vi una Biblia en
hebreo publicada por una sociedad cristiana con el propósito de llevar a los
judíos a Cristo. Pero lamentablemente, su Antiguo Testamento era una
reproducción del TM. Si un judío ve que los cristianos utilizan en realidad
el texto judío preparado por los rabinos judíos anticristianos, ¿cómo va a
aceptar la interpretación cristiana? El encuentro entre judíos y cristianos
debería llevar a los judíos a la iglesia, no llevar a que los cristianos
dejen desamparada a la Iglesia.
El
proselitismo generalmente falla porque los judíos se consideran como los
guardianes de las Escrituras, mientras deberían ser considerados como los
guardianes de su propio texto distinto, en un pie semejante a la Pschitta
aramea, la Biblia etíope o la Torah samaritana.
El TM es
el petardo colocado siglos atrás bajo las fortificaciones de la ciudad de
Dios. La reconstrucción del antiguo Testamento hebreo según LXX sería una
manera de arrinconar a los zapadores judíos sobre su propio petardo y
aliviar el asedio. Una verdadera Biblia cristiana en lengua hebrea ya
introduce la posibilidad de algo distinto. La H70, o sea la fuente hebrea de
LXX, puede reconstruirse sobre la base de los descubrimientos textológicos
de los últimos cien años, con la ayuda de los rollos de Qmran. Podemos
hacerlo, podemos hacerlo bastante rápido, y exitosamente. Estamos tratando
de hacerlo con la ayuda de ustedes, lectores. Una publicación como esta se
convertirá en el punto de giro en esta lucha de milenios. La batalla la
vamos a librar en el territorio del adversario por primera vez desde el año
128 después de Cristo, cuando el discípulo de Rabí Akiba, el converso Aquila,
produjo su traducción judaica del Antiguo Testamento en griego. Si su
proyecto lo hubiese emprendido la joven iglesia del siglo II, la influencia
judía hoy sería algo parecido a la influencia samaritana, algo
intrascendente. Ahora es tarde, pero no demasiado tarde.
La gente
que duda de la misma posibilidad de reconstruir H70 generalmente se refiere
a las múltiples interpretaciones y versiones que existen en el mar de los
manuscritos de la Septaginta. Estas objeciones no son sinceras. La Iglesia
tiene una respuesta exacta en cuanto interpretaciones y versiones, y podemos
confiar en su inspiración. En nuestros tiempos oscuros de confusión, podemos
seguir la interpretación de la Biblia de la Reina Isabel (BRI), como propuse
al principio.
¿Por qué
la BRI, y no otra cualquiera? ¿Por qué no partir del texto griego? La BRI
fue preparada en el país menos judaizado dentro del mundo cristiano, en la
Rusia del siglo XVIII, bajo la protección leal de su reina menos judaizada.
A la reina Isabel le pidieron permiso para que dejara a los comerciantes
judíos entrar a Rusia, porque le iba a ser muy provechoso, según le dijeron,
y ésta fue su respuesta: “no deseo ningún provecho de parte de enemigos de
Cristo”. Las ideas occidentales y la influencia judaica que conllevan ya no
caminaron mucho a partir de este rechazo. La BRI fue editada por hombres de
iglesia, no por científicos, y editada dentro del horizonte de la tradición
eclesiástica total. La BRI puede compararse con un mamut enterrado en la
helada tundra, cuyo cuerpo se ha mantenido intacto durante milenios porque
estaba protegido por el hielo.
A uno
puede no gustarle el hielo perpetuo, y más el trópico, pero para la
conservación el hielo es más adecuado. De la misma manera, uno puede
preferir un cristianismo más occidental, más judaizado, pero si uno quiere
descubrir la tradición griega antigua en su pureza, uno puede volverse hacia
la reina Isabel.
La
Septaginta tiene varias interpretaciones y varias versiones. La BRI tiene la
gran ventaja de ser un texto singular basado en LXX y totalmente aprobado
por la Iglesia. Su lenguaje es transparente, su sentido claro, y esto nos
permite hallar y reconstruir la fuente hebrea perdida (esto no quita que
otros acercamientos puedan tenerse en cuenta). La reconstrucción del
Pentateuco ya está en camino, se puede acabar ponto, con ayuda de ustedes.
Para
recibir unos capítulos de nuestro intento de reconstrucción de H70, por
favor sírvase enviar un correo electrónico a
adam@israelshamir.net
precisando que el tema es H70. Su contribución estará libre de
impuestos en USA; para aportes menores, por favor utilice el sistema paypal,
directamente con la dirección mencionada; para aportes más importantes, se
le suministrará un número de cuenta bancario al que lo pida.
Israel
Shamir, traductor de la obra medieval judía de Sefer Yohassin “El libro del
linaje” del rabino Abraham Zacuto al inglés, véase
www.zacuto.org; traductor de la Odisea
de Homero y del Ulises de Joyce al ruso, véase
www.israelshamir.net/ru;
traductor del israelí SY Agnon al ruso.
Traducción: Maria Poumier